sábado, 18 de febrero de 2012

Prosa

Se recomienda leer con alguna pieza suave de jazz en preferencia Miles Davis

En algún momento del camino ciertas cosas dejaron de estar en aquellos sitios y cierto sitios dejaron de moverme en todo sentido, el jazz se volvió más o menos indispensable, el cigarrillo matutino una mutación improvisada que nació de algún vicio adquirido y esa estúpida flema pidiendo a gritos salir; pidiendo en silencio quedarse.

El reloj que marca cínicamente mi tiempo, ya nunca más el tiempo del resto, ahora es un reloj anacrónico y monocromático que siempre estuvo al otro extremo del orden marcando así mi desorden se convirtió en herramienta esencial del montaje de escenas que hoy hice de mi vida, este arte en continuo desconcierto.

Hilos de sudor, dolores de cabeza y estomago, algo de hambre y una sed inmaterial difícil de saciar, tantas quejas tanta libertad de sufrir y quizá paralizar todo segundo en una ligera autoeliminación, el espesor de escribir para mí y no para quien gaste unos segundos en leerme me ha llevado al traslúcido despertar en la noche en búsqueda de palabras, en búsqueda de aquellas cosas elementales que existen en la vida y a veces son muy difíciles de encontrar.

Nuevamente la estúpida flema cavando a tropeles y sonidos de bajos saxofonicos, el silencio inducido por la libertad de no querer hablar, por el cansancio de cada mano que se encarga de estrujar cada sueño para probar su resistencia.

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