¡Ay, tu cordura, tus horas, y tu luz repetida!
tus movimientos repentinos al calor de las velas,
al rose circular, pausado y liviano de mi voz.
Tus goces y
episodios; de andanzas cobardes
y espacios prodigiosos
al borde del mesón canela,
de los acordes sensibles y tenues de mi sonrisa gastada.
Una oscilación de violín en el viento con sabor a antigüedad,
a tiempo y espacio limados por el polvo y la materia;
Envejecen en los rasgos de una partitura sedienta de sonido.
¡Ay, tu cintura, tus olas y marejadas!
los desgarres matutinos del viento en mi cara,
en los labios desvestidos saboreando la ansiedad.
Esos besos caminantes, deseosos de saborearte,
de probar la desnudes de tu saliva en mis soplos;
de probar tu esencia en cada ángulo de mi arte.
Vértices improvisados, una mezcla supurante
de alegría y vértigo; dosis extremas de pasión,
agotadora; como un suspiro gordo y extenso.