Ese zumbido; caminante desnudándose paso a paso como si
pretendiera rasgar cada tramo, mis oídos, mis neuronas sintiendo el estrepitoso
crujir de la carne al contacto lineal con su cuerpo metálico e invisible, en
ese instante nace una frialdad tan tenue casi imperceptible excepto por
aquellos que han logrado desnudarse hasta sentir el hueso.
Me he despertado tantas mañanas entiendo que hay una ceguera
progresiva en el instinto, esa batalla con sabor a guerra entre mi ego y mi
súper-ego, ese zumbido vuelve, nace cada día conmigo, envejece apresuradamente
con cada prejuicio que se atreve a galopar descaradamente en mi cabeza, como si no fuera poco con
soportar mi conciencia ahora debo aguantar mi parte inconsciente.
Entiendo esa forma tan nítida y profundad de construir paso a
paso cada uno de mis crímenes, es tan fácil ver el movimiento de mi cuerpo en
la historia de los que me rodean, de los que han sido alguien importante y de
los que no son nada, sin embargo es una visualización lejana, muy ajena, y me
ha dejado una interrogante, ¿hasta qué punto controlo mi propio camino, hasta
que punto soy yo?
En medio de mi intento de
responder regresa a mi ese ensordecedor ruido
continuado y bronco, producido dentro de los mismos oídos a veces pienso que siempre
ha estado ahí, aunque no sé en qué momento empezó a ser más sonoro que mi voz.
Y el problema no está en que zumbe sino en que me calla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario